La estética de Ferrer Lerín

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Resumen

Este estudio trata de comprender las dos facetas creativas más importantes de Ferrer Lerín, la literaria y la artística (teórico del Arte Casual), como dos manifestaciones de la misma propuesta estética. Para ello se sigue la línea de la investigación estética que ha iniciado Luis Beltrán Almería en los estudios de la imaginación literaria.

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Primeras líneas

Existe en la actualidad una visión muy extendida sobre el arte que lo comprende como un dominio de la cultura fragmentado en siete compartimentos estancos. Esta tendencia a la fragmentación comenzó tras la prehistoria, y tuvo lugar gracias a la división social de tareas que trajo consigo la civilización. El proceso que concluyó después con la clausura de los diferentes dominios del saber, incluidos los que pretenden el conocimiento de la expresión artística, es conocido como la «balcanización de las disciplinas». Se podría afirmar, además, que hoy obedece a una traslación perfecta de la organización departamental de las universidades a los dominios artísticos, siendo buena parte de los docentes universitarios -en consecuencia- la gran embajadora de tal visión. La penetración de esta concepción en todos los estratos sociales es absoluta desde mediados del siglo pasado, coincidiendo con la implantación y el desarrollo de los sistemas de educación pública obligatoria de las democracias avanzadas. La clave de su éxito está en la segmentación del conocimiento por asignaturas de las enseñanzas medias, las cuales traducen de forma directa la organización universitaria.

Con todo, esta división ha dotado al arte, al menos, de un notable periodo de estabilidad. Esa estabilidad se ha materializado en una lista de artes: seis, en su formato clásico. Pero este periodo del que hablamos ha conocido diferentes momentos de crisis, protagonizados casi siempre por la irrupción en la escena cultural de nuevas tecnologías que han llegado con una sugerente promesa bajo el brazo: la ampliación del horizonte de los dominios artísticos. A pesar de que no han sido pocas las formas de expresión que han pretendido la condición artística, tan solo el cine ha sido capaz de abrirse un hueco de forma estable en la nómina canónica, y aunque parezca contradictorio, el agujero que provocó en el sistema terminó blindándolo y protegiéndolo contra la posibilidad de nuevos añadidos en el futuro. El inventario de artes nunca más se ha vuelto a reformar.

Conviene decir en su descargo que, aunque al día de hoy parezcan escasos y limitados los frutos de semejante partición del arte -y de hecho lo son por lo que explicaré-, han sido de una relevancia considerable. Los más importantes son los que podemos llamar logros institucionales, y es que la estabilidad organizativa y laboral que ha traído consigo ha sido crucial para la cimentación educativa y cultural de las sociedades letradas, es decir, ha sido una pieza fundamental en la construcción de los estados de derecho modernos. Sus logros interpretativos, no obstante, no han estado a la altura de los anteriores. Su propuesta, que aquí llamaremos desde ahora «la teoría convencional del arte», se ha limitado a la naturalización de la visión segmentada de las artes y ha reducido su andadura en tres únicas direcciones: la primera ha dirigido sus fuerzas hacia la conservación de la nómina de marras, convirtiéndola finalmente en un monumento; la segunda se ha empeñado en justificar la autonomía de cada disciplina artística mediante la creación de un lenguaje y unos métodos propios, estrategia que ha favorecido su independencia, aunque también su aislamiento; y una tercera directriz ha tenido como objeto la filtración de tal acervo léxico y metodológico a la ciudadanía a través de su escolarización. En pocas palabras: la estabilidad institucional se ha pagado con el anquilosamiento crítico.

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